Santiago Ramón y Cajal (electo, 1905)

Santiago Ramon y Cajal (1852-1934). Archivo de la RAE.

letra I

Elección

21 de Junio de 1905

Fallecimiento

17 de Octubre de 1934

Santiago Ramón y Cajal (electo, 1905)

Académico de número

Petilla de Aragón (Navarra), 1852-Madrid, 1934

Elegido académico de número en 1905, el ilustre y célebre histólogo, padre de la neurociencia moderna, nunca llegó a ocupar su asiento en la RAE. A sus espaldas llevaba ya numerosos premios y reconocimientos internacionales.

Ramón y Cajal nació en Petilla de Aragón (Navarra) el 1 de mayo de 1852. Hijo de un cirujano rural, a los 10 años conocía ya todos los huesos del esqueleto. Aficionado al dibujo e interesado en el estudio de las Bellas Artes, Ramón y Cajal, disuadido por su padre, terminó cediendo y se matriculó —siguiendo la estela paterna— en la modesta Escuela de Medicina fundada por la Diputación Provincial y el Ayuntamiento de Zaragoza. En 1873, una vez obtenido el título de licenciado y tras ganar unas oposiciones a médico militar, Ramón y Cajal estuvo ocho meses en el ejército militar de Cataluña prestando servicio en la guerra contra los carlistas. Inmediatamente después, fue trasladado a Cuba para seguir su aprendizaje, donde participó en la guerra colonial hasta su regreso a España, a mediados de 1875.

Víctima del paludismo, el joven Santiago volvió a España en 1875 y ganó la cátedra de Anatomía en la Facultad de Valencia. Allí coincidió con el farmacólogo Amalio Gimeno —también nombrado académico de la RAE en 1927—, quien le describe de este modo en la necrológica que le dedica tras su muerte: «Seca, angulosa y de tosco ademán ofrecía su persona descuido, no desaliño; y, si algo de vulgar hubiera podido tener por esta causa, salvárale de ello la distinción intelectual de su noble cabeza» (1934).

Consciente de las limitadas posibilidades científicas que ofrecía la anatomía descriptiva, Ramón y Cajal comenzó a mostrar interés por la anatomía microscópica de los tejidos orgánicos, la histología. Igual que Góngora a una nariz, fue Cajal un hombre pegado a un microscopio y sus descubrimientos abrieron la puerta de uno de los últimos territorios de la ciencia que quedaban por explorar: el cerebro y el sistema nervioso.

Las investigaciones de Cajal demostraron con datos inequívocos la individualidad de las células nerviosas y la terminación por contacto de sus prolongaciones, desmintiendo de modo terminante la teoría reticular entonces dominante, seguida, incluso, por el propio Golgi. Publicó, sin éxito, sus hallazgos en revistas extranjeras y, ante la poca acogida que tuvieron, decidió presentarlos en el congreso que la Sociedad Anatómica Alemana celebró en Berlín en octubre de 1889. Sin ninguna ayuda gubernamental, viajó a Berlín cargado con el material necesario y con todos sus ahorros (500 pesetas); allí convenció, con sus muestras, a la máxima autoridad en el terreno histológico, Albert von Kölliker, al que se sumaron, poco después, casi todos los principales neurohistólogos europeos, que aceptaron la nueva concepción de la estructura del sistema nervioso propuesta por el español.

A partir de ese momento, Ramón y Cajal recibió la invitación de numerosas universidades para hablar de sus investigaciones: Inglaterra, Estados Unidos, Italia, Suiza, etc.; y a su primera investigación siguieron otras. Sus éxitos en este ámbito se sucedieron a lo largo de su vida, culminando, en 1906, con la concesión del Premio Nobel de Medicina. En palabras de Unamuno, «Cajal contribuyó, como nadie, a la creación de un medio intelectual científico en España». Por primera vez, España se colocaba en el mapa de la ciencia mundial.

Además de su labor científica, Ramón y Cajal cultivó la fotografía y la escritura. En el terreno literario destacan sus obras Psicología de don Quijote y el quijotismo (1905) y Cuentos de vacaciones (1905), así como sus escritos autobiográficos Recuerdos de mi vida (1901-1917), Chácharas de café (1921) y El mundo visto a los ochenta años (1934), que se publicó pocos meses después de la muerte del autor.

Ya al final de su vida, en una carta escrita a Unamuno el 6 de marzo de 1917, Ramón y Cajal se queja de la dolorosa arterioesclerosis que padece y que le impide dedicarse al trabajo mental con la intensidad con que se había entregado durante 30 años:

«¡Dichoso usted que puede leer muchas horas al día! —se lamenta—. Pues de las 10 horas de trabajo mental de otro tiempo, puedo dedicarle ahora, por prescripción médica, tan solo dos o tres. El resto del día lo consagro, por consejo médico e imposición del instinto, a descongestionar el cerebro» (carta del 6 de marzo de 1917, Madrid).

El lúcido cerebro de Ramón y Cajal —ese órgano que había sido, durante tantos años, objeto de su estudio— se apagó el día de su muerte, en otoño, el 17 de octubre de 1934. Pero aún hoy, como una red neuronal, siguen vivas sus ideas, inmortalizadas en sus obras y en sus fantásticos dibujos, recopilados en el libro The Beautiful Brain: The drawings of Ramón y Cajal.

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