Eugenio de la Peña

Imagen Eugenio de la Peña

letra A

Toma de Posesión

1 de Enero de 1807

Fallecimiento

16 de Octubre de 1813

Eugenio de la Peña

Académico de número

Madrid, 1767-¿Cádiz?, 16 de octubre de 1813

Nos encontramos en la silla A, con un nombre muy representativo del caos que la invasión francesa trajo a la península ibérica: Eugenio de la Peña. Fue nombrado miembro honorario de la Real Academia Española el 20 de diciembre de 1803, supernumerario en 1804 y de número lo fue en 1807, en sustitución de Antonio Tavira, obispo de Salamanca.

Médico y catedrático, Eugenio de la Peña fue profesor de Fisiología en el Real Colegio de Cirugía de San Carlos (Madrid). El 10 de diciembre de 1810 fue nombrado miembro de la Junta de Sanidad de Madrid, a pesar de haber prestado juramento al rey José I Bonaparte y, en 1813, nuestro Eugenio de la Peña, navegante en la corriente de la marcha hacia el sur, aparece como diputado de las Cortes de Cádiz.

Liberal y afrancesado, vivió la dura etapa de la ciencia, inmersa en la crisis ilustrada, tras el retorno al absolutismo del monarca Fernando VII. Aunque «debió de ser hombre de acatado prestigio, ya que fue colaborador de Ignacio Ruiz de Luzuriaga, gran representante de la Ilustración en el campo de la medicina y de la química, introductor de la vacuna antivariólica masiva», según cuenta Alonso Zamora Vicente en La Real Academia Española. De la Peña y Ruiz de Luzuriaga llevaron a cabo, por encargo del Ministerio de Interior, el Catálogo de las sustancias simples y preparadas que debe haber en la botica de los Hospitales Civiles de esta Corte (1802). En él, se ocupan de ordenar los medicamentos que se utilizan en las instituciones hospitalarias.

Ya en las Cortes de Cádiz, su figura se desvanece. La muerte debió sorprenderle poco después de su nombramiento como diputado, el 16 de octubre de 1813. A partir de su fallecimiento, recogido en las actas de las Cortes, no hay más noticias relacionadas con él. De hecho, se dice que el académico no pudo recibir un reconocimiento público a sus logros profesionales: como afirma Zamora Vicente, «la Academia no tuvo ni tiempo ni ocasión para conmemorar su recuerdo, perdido entre otros tantos».

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